Siempre he pensado que la envidia es el mal del siglo XXI, y que incluso podríamos decir que ha venido siendo un mal predominante en las sociedades más antiguas, no sólo en la actual. He de reconocerlo, soy también sufro la “envidia”. Admito que en mí también habita este mal que tanta infelicidad nos provoca, que tanto nos ahoga y oprime, que tanto nos martiriza. Y es que, por más que nos esforzamos en intentar despojarnos de los hilos que nos mantienen atados al mundo de lo material nunca logramos liberarnos de ella y continuamos siento marionetas alienadas al anhelo de lo ajeno. Pero es que, para colmo, no sólo nos llevamos casi toda nuestra vida envidiando todo lo material del vecino sino que además, hay otros, como yo, que, por si era poco, se pasan la mayor parte de su vida envidiando también aquello que pervive en el terreno de lo inmaterial. Si nos remitimos al diccionario de la real academia de la lengua, puedo evidenciar con exactitud y pruebas palpables que soy un claro envidioso: “Envidia: -Emulación, deseo de algo que no se posee-” Aquí está por tanto la prueba absoluta que lo demuestra todo. Soy un perfecto envidioso porque no poseo la capacidad de controlar mi propia eyaculación y otros si que pueden hacerlo, envidio hasta la saciedad que los demás puedan permanecer en la “meseta” todo el tiempo que les venga en gana y yo no, envidio no poder decidir cuando quiero parar y la mayoría si, cuando quiero sentir, como quiero hacerlo, envidio, envidio, envidio... Por tanto, no puedo más que aceptar que ansío la capacidad que tienen muchos otros de poder disfrutar de unas relaciones sexuales normales, de todo lo que ahora no tengo, que nunca tuve y que nunca tendré por más que me empeñe. Debo aceptar que ser envidioso me hará infeliz y por supuesto impedirá que pueda disfrutar de tantas otras cosas que hay más allá aunque yo ahora no las pueda ver... no tendré más remedio que seguir viviendo con este mal que afecta a tantos y tantos seres humanos de este mundo por una o por otra cosa... Acepto ser un envidioso. Y no me averguenza confesarlo... Y a tí, ¿Te pasa lo mismo?